Una historia de dedicación exclusiva, depresión e ideas suicidas

Ayer, a las 2:00 am, recibí una llamada. Más dormido que despierto contesté y para mi sorpresa era Carlos, un compañero de oficina que en los últimos meses ha andado muy deprimido. Lo saludé y, después de un par de cordialidades, me dediqué a escucharlo, esto fue lo que me dijo:

"Enrique, ¿sabes algo de Anita? La he visto muy triste. Pero, ¿qué puedo decir yo, si ando igual? Te llamo porque ya no aguanto más. Tengo una soga amarrada a una biga de mi casa y estoy viendo el vacío de la existencia. Solo pienso en quitarme la vida".

Para ponerlos un poco en contexto, Carlos es un profesor de dos disciplinas de la misma Institución Educativa para la cual trabajo yo, en este país Sin Nombre. Hace tres años era la persona más alegre de la oficina y sus estudiantes llamaban y decían que querían seguir recibiendo clases con Carlos. Él era el ejemplo claro de un buen trabajador, un excelente padre de familia y un noble esposo que estaba profundamente enamorado de su compañera de vida.

Pero la vida nos juega trampas y, por azares del destino, el matrimonio de Carlos dejó de ser funcional y terminó divorciándose. A pesar de esto, Carlos amaba profundamente a su esposa y cuando fueron a los tribunales para definir el monto de pensión, no tuvo problema alguno en fijarlo en doscientas setenta mil rupias, porque para él no es un deber sino un placer darle a algo a sus hijos y a quien fuera en ese momento todavía el amor de su vida.

Carlos siguió siendo un excelente trabajador, pero algo comenzó a apagarse en él. Su carisma, su alegría, su forma de ver el mundo se fueron desdibujando. 
Y no es que él no lo intentara. A los meses de haberse separado, superó un poco lo que sentía; se puso nuevas metas, construyó una casa por la que tiene que pagar doscientas cincuenta mil rupias al mes y poco a poco salía del vacío y empezaba a volver a ser esa persona especial que nos alegraba a todos.

Pero Carlos, al igual que Anita y yo, y cientos de personas de esta Institución Educativa de un país Sin Nombre, recientemente estamos al borde del colapso. Tenemos un problema con algo que aquí llamamos "dedicación exclusiva". 
Básicamente, se nos ha presentado dos opciones: o seguimos con un salario celestial que, con la dedicación exclusiva nos permite vivir un pequeño paraíso, o elegimos tener un salario infernal, que nos tortura al saber que en esta institución no se valora nuestra experiencia y nos hacen más pobres.

El punto clave es que el salario celestial es más alto que el infernal, por la dedicación exclusiva y los tenedores que se encuentran en las manos de ciertos demonios han generado un ruido tan satánico que tenemos mucho miedo de que nos quiten la dedicación exclusiva y quedar peor que si viviéramos conforme a las reglas del infierno.

Esos mismos tenedores nos han enviado mensajes como rayos, diciéndonos que ya no queda tiempo y tenemos que decidir en pocas horas si nos quedamos con Dios o nos vamos con el diablo...
"Amigo mío, no puedo parar de llorar desde hace días, ¿qué voy a hacer yo si me quitan la dedicación exclusiva o si me paso al salario infernal y ganó menos que ahora? Me van a echar a la calle, porque no podré pagar el préstamo de la casa y me van a meter a la cárcel, porque no voy a poder pagar pensión. ¡Tan lindo que era trabajar aquí y ahora el Máximo Jerarca y Esa Diablilla que es su mano derecha nos vienen a poner contra la espada y la pared! Yo solo me quiero morir. No sé qué voy a hacer ni qué va a pasar con mi vida."

Desde hace algunas semanas, Carlos se ve más apagado, más dormido, más cansado. Efectivamente no tiene ganas de vivir por esto que está afrontando. Yo no supe qué decirle. Por eso vine a contarles a ustedes para ver qué me aconsejan decirle a Carlos y a Anita que anda parecida.